martes, 26 de marzo de 2013

EL ECUADOR





La  señal  más  inequívoca  de  que  una  cultura  ha  influido  con  plenitud  en  una  época histórica  es,  sin  duda,  el  precipitado  arquitectónico  y  el  acervo  literario  que  ella  ha dejado a su paso. 
En efecto, las oscurecidas piedras labradas de nuestra ciudad pregonan el barroco de la cultura que acunara  nuestro   amanecer  prerrepublicano. 
Como  la  severa  investigación  literaria  de  nuestros  siglos  XVII  y  XVIII  nos  deja abocados ante el fenómeno ineludible del gran precipitado jesuítico de nuestra cultura. 
"Basta observar  - escribe en  su  libro "Cultura de Quito Colonial" el erudito dominico Padre  José  María  Vargas  -,  la  Antología  de  prosistas  y  poetas  ecuatorianos  para convencerse de que  la Universidad de San Gregorio de  los  jesuitas  fue hasta  su  clausura, el  semillero del  saber y  la cultura para eclesiásticos, religiosos y  civiles,  que  levantaran  a Quito al nivel de Lima y Méjico, a quienes superó aquella en las Bellas Artes".

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